Ritual De Exorcismo Iglesia Católica

Ritual Romano

Ritual Romano

Renovado según el decreto del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II

Promulgado por la autoridad de S.S. Juan Pablo II

RITUAL DE LOS EXORCISMOS

Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos

Prot. 1280/98/L

Notificación

El Rito de Exorcismos

La edición latina del renovado rito de Exorcismos aprobada el 1° de Octubre de 1998 por el Sumo Pontífice Juan Pablo II, fue dada a conocer en el día de ayer y, conforme al decreto de este Dicasterio, puede ser utilizada por aquellos a quienes compete por Derecho desde este mismo momento.

La Congregación del Culto Divino y de la Disciplina de los Sacramentos, por la peculiar

facultad otorgada a la misma por el Sumo Pontífice (cfr. Decretos de la Secretaría de

Estado n. 434.563 del día de 2 de Octubre de 1998), establece y declara lo que sigue.

Dado que compete al Obispo diocesano, en la diócesis a él confiada, la moderación de

la Sagrada Liturgia y el ejercicio de la tarea pastoral es por ello que, para aliviar

misericordiosamente a los fieles en la lucha contra el poder del diablo, examinada con

diligencia cada situación, podrá pedir a la Santa Sede que un sacerdote, a quien el cargo

de exorcista fuere confiado, pueda también emplear el rito hasta ahora usado según el

título XII de la edición de 1952 del Ritual Romano.

La Congregación del Culto Divino y de la Disciplina de los Sacramentos, atendiendo a

las peticiones de los Ordinarios, que conocen enteramente la realidad pastoral de su

jurisdicción, concede gustosamente la facultad pedida.

Dadas en la Sede de la Congregación, a los veintisiete días del mes de enero de mil

novecientos noventa y nueve.

Jorge A. Card. Medina E.

Prefecto

Mario Marini

Subsecretario

Congregación para el Culto Divino

y la disciplina de los Sacramentos

Prot. 1280/98/L

+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

Decreto

La Iglesia, obediente a la oración dominical, cuidó misericordiosamente, desde los

tiempos antiguos a través de sacramentales, que con súplicas piadosas a Dios se

procurase que los fieles cristianos fueran librados de todos los peligros y,

especialmente, de las insidias del diablo. Así, de una manera peculiar, fueron instituidos

en la Iglesia los exorcismos, para que a través de ellos, imitando la caridad de Cristo,

fueran curados los poseídos por el Maligno, y expulsados los demonios en nombre de

Dios, de modo de evitar a las criaturas humanas todo perjuicio.

Ahora bien, actualmente parece oportuno rever las normas transmitidas y las oraciones

suplicantes, como también las fórmulas empleadas por el título XII del Ritual Romano,

para que el rito de exorcismos responda a lo decretado por la Constitución

"Sacrosanctum Concilium" del Concilio Vaticano II, especialmente en su artículo 79.

Por lo tanto, esta Congregación promulga el Rito de los Exorcismos, aprobado por el

Sumo Pontífice Juan Pablo II el día 1° de Octubre de 1998, para que se aplique en lugar

de las normas y fórmulas que, bajo el título XX del Ritual Romano, hasta ahora se

empleaban.

La edición latina, tan pronto como sea editada, puede ser utilizada por aquellos a

quienes compete según Derecho. No obstante, las Conferencias Episcopales vigilen que

las ediciones en lengua vernácula, cuidadosamente preparadas y adaptadas de acuerdo a

las normas del Derecho, sean sometidas a la confirmación de la Sede Apostólica.

Sin que obste nada en contrario, se emite este Decreto, en la Congregación del Culto

Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en el día doce de Noviembre de mil

novecientos noventa y ocho, en la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del

Universo.

Jorge Card. Medina Estévez

Prefecto

+ Gerardo M. Agnelo

Arzobispo Secretario



INTRODUCCIÓN

A lo largo de la historia de la salvación, se hacen presentes las criaturas angélicas, ya

sea prestando un servicio como mensajeros divinos, ya ayudando de manera misteriosa

en la Iglesia; también aparecen criaturas espirituales caídas, llamadas diabólicas, que,

opuestas a Dios y a su voluntad salvífica consumada en Jesucristo, se esfuerzan por

asociar al hombre en su propia rebelión contra Dios.

1

En las Sagradas Escrituras, el Diablo y los demonios son llamados con varias

apelaciones, entre las cuales, algunas muestran del algún modo, su naturaleza y origen .

2

El Diablo, llamado Satanás, "serpiente antigua" y "dragón", seduce él mismo a todo el

orbe y lucha contra quienes guardan los mandatos de Dios y también contra quienes dan

testimonio de Jesús (cf. Apoc. 12, 9.17). Se lo designa "adversario de los hombres" (cf.

1 Ped. 5, 8) y "homicida desde el comienzo" (cf. Jn. 8, 44), cuando por el pecado hace

al hombre sujeto a la muerte. Dado que, por sus insidias provoca al hombre para la

desobediencia a Dios, a este malvado se lo llama también "tentador" (cf. Mt. 4, 3 y 26,

36-44), "mentiroso" y "padre de la mentira" (cf . Jn. 8, 44): él obra con astucia y

falsedad, como lo atestiguan el relato de la seducción de los primeros padres (cf. Gen. 3,

4.13), el intento de desviar a Jesús de la misión aceptada del Padre (cf. Mt. 4, 1-11; Mc.

3

Las obras de todos los espíritus inmundos, seductores (cf. Mt. 10, 1; Mc. 5, 8; Lc. 6, 18;

11, 26; Hech. 8, 7; 1 Tim 4, 1; Apoc. 18, 2) fue disuelta por la obra de Cristo (cf. 1 Jn.

3, 8). Aunque "a la historia universal le invade la ardua lucha contra los poderes de las

tinieblas" y "hasta el último día... persistirá",

4

Cristo, por su misterio pascual de muerte

y resurrección, nos "libró de la esclavitud del diablo y del pecado"

5

derribando su poder

y librando todas las cosas de su influencia maligna. Con todo, dado que la dañosa y

contraria acción del Diablo y de los demonios afecta a las personas, cosas y lugares y

aparece de diversas maneras, la Iglesia, conocedora de que "estos tiempos son malos"

(Ef. 5, 16), oró y ora para que los hombres sean librados de las insidias diabólicas.

PRENOTANDOS

I

LA VICTORIA DE CRISTO Y LA POTESTAD DE LA IGLESIA CONTRA LOS

DEMONIOS

1. La Iglesia cree firmemente que uno solo es el verdadero Dios, Padre, Hijo y

Espíritu Santo, único principio de todos los seres: creador de todo lo visible e

invisible. Más aún, todas las cosas que Dios creó (cf. Col. 1, 16), las conserva y

gobierna con su Providencia y nada hizo que no fuera bueno; también "el

diablo (...) y los otros demonios fueron creados por Dios ciertamente buenos

por naturaleza, pero ellos se hicieron malos por sí mismos" de donde puede

pensarse que también ellos serían buenos si, de acuerdo a cómo habían sido

creados, así hubiesen permanecido. Debido al mal uso que hicieron de su natural

excelencia y por no permanecer en la verdad (cf. Jn. 8, 44), sin transformarse en

sustancialmente distintos, fueron separados del sumo Bien, a quien debieron

adherirse.

2. En realidad, el hombre ha sido creado a imagen de Dios "en la justicia y en la

verdadera santidad" (Ef. 4, 24) y su dignidad requiere que obre según su

conciencia y elección.

Ahora bien, persuadido por el Maligno, el hombre

abusó del don de su libertad y por esa desobediencia fue puesto bajo la potestad

del diablo y de la muerte, convertido en siervo del pecado.

Por esa razón, "en la universal historia de los hombres persiste la ardua

lucha contra el poder de las tinieblas que, comenzado en el origen del mundo,

persistirá hasta el último día, según lo dicho por el Señor (cf. Mt. 24, 13; 13, 24-30.36-43)".

3. El Padre omnipotente y misericordioso envió al Hijo de su amor al mundo para

que librase a los hombres de la potestad de las tinieblas y lo trasladase a su reino

(cf. Gal. 4, 5; Col. 1, 13). Por lo tanto, Jesucristo, "primogénito de toda la

creación" (Col. 1, 15), a fin de renovar al hombre viejo, vistió la carne del

pecado, "para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el

dominio de la muerte, es decir, al demonio" (Heb. 2, 14) y, por el don del

Espíritu Santo, transformase la naturaleza humana herida en una nueva criatura

por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección.

4. En los días de su vida terrena, el Señor Jesús, vencedor de la tentación en el

desierto (cf. Mt. 4, 1-11; Mc. 1, 13; Lc. 4, 1-13), expulsó por propia autoridad a

Satanás y a otros demonios, imponiéndoles su divina voluntad (cf. Mt. 12, 27-29; Lc. 11, 19-20).

Haciendo el bien y sanando a todo los oprimidos por el

diablo (cf. Hech. 10. 38), manifestó la obra de su salvación, para librar a los

hombres del pecado así como del primer autor del pecado, Satanás, que es

homicida desde el comienzo y el padre de la mentira (cf. Jn. 8, 44).

5. Al llegar la hora de las tinieblas, el Señor "obediente hasta la muerte" (Filip. 2,

8), repelió el último ataque de Satanás (cf. Lc. 4, 13; 22, 53) por el poder de la

Cruz y triunfó así sobre la soberbia del antiguo enemigo. Esta victoria de

Cristo fue manifestada en su gloriosa resurrección, cuando Dios lo levantó de

entre los muertos y lo colocó a su derecha en los cielos sometiendo todas las

cosas bajo sus pies (cf. Ef. 1, 21-22).

6. En el ejercicio de su ministerio, Cristo entregó a sus Apóstoles y a otros

discípulos el poder para expulsar los espíritus inmundos (cf. Mt. 10, 1.8; Mc. 3,

14-15; 6, 7.13; Lc. 9, 1; 10, 17.18-20). A ellos mismos, el Señor prometió el

Espíritu Santo Paráclito, procedente del Padre por el Hijo, el cual argüiría al

mundo acerca del juicio, porque el príncipe de este mundo ya fue juzgado (cf.

Jn. 16, 7-11). El Evangelio atestigua que entre los signos que caracterizarían a

los creyentes, se encuentra la expulsión de los demonios (cf. Mc. 16, 17).

7. Por tanto, la Iglesia ejerció la potestad, recibida de Cristo, de expulsar a los

demonios y repeler su influjo ya desde la época apostólica (cf. Hech. 5, 16; 8, 7;

16, 18; 19, 12) por lo cual, en el nombre de Jesús, ora continua y confiadamente,

para ser ella misma librada del Maligno (cf. Mt. 6, 13).

También en el mismo nombre, por virtud del Espíritu Santo, manda de diversos modos a los demonios

que no impidan la tarea de la evangelización (cf. 1 Tes. 2, 18), y que restituya

"al más fuerte" (cf. Lc. 11, 21-22) el dominio tanto del universo entero como de

cada hombre. "Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre

de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas

del Maligno y sustraída de su dominio, se habla de exorcismo".

II

LOS EXORCISMOS EN EL MINISTERIO SANTIFICADOR DE LA IGLESIA

8. La antigua tradición de la Iglesia, guardada sin interrupción, atestigua que en el

camino de la iniciación cristiana se anuncia con claridad y, de hecho comienza,

la lucha espiritual contra la potestad del diablo (cf. Ef. 6, 12). Los exorcismos

que han de ser hechos de forma simple en el tiempo del catecumenado sobre los

elegidos, se llaman exorcismos menores; son las preces de la Iglesia para que

aquellos elegidos, instruidos con el misterio liberador de Cristo, se libren de las

secuelas del pecado y de la influencia del diablo, se fortalezcan en su camino

espiritual y abran los corazones a los dones que el Salvador les ofrece.

Finalmente, en la celebración del bautismo, los elegidos renuncian a Satanás y a

sus fuerzas y poderes, y le oponen su propia fe en Dios uno y trino. También en

el bautismo de niños, se eleva la plegaria del exorcismo sobre los párvulos, "que

habrán de experimentar las seducciones de este mundo y lucharán contra las

insidias del demonio" para ser fortalecidos por la presencia de Cristo "en el

camino de la vida".

Por el lavado de la regeneración bautismal, el hombre

participa sobre la victoria de Cristo sobre el diablo y el pecado, cuando pasa "del

estado de hijo del primer Adán al estado de gracia y "de adopción de los hijos"

de Dios por obra del segundo Adán, Jesucristo,"y es liberado de la esclavitud

del pecado, con la libertad con la que Cristo nos liberó (cf. Gal. 5, 1).

9. Los fieles, si bien han renacido en Cristo, experimentan sin embargo las

tentaciones que hay en el mundo y, por lo tanto, deben vigilar en oración y

sobriedad de vida, porque su enemigo "el demonio, ronda como un león

rugiente, buscando a quién devorar" (1 Ped. 5, 8). A él le deben resistir firmes en

la fe "fortalecidos en el Señor con la fuerza de su poder" (Ef. 6, 10) y, sostenidos

por la Iglesia que ruega para que sus hijos estén protegidos de toda

perturbación,

tomar fuerzas por la gracia de los sacramentos, en especial,

mediante la asidua celebración de la penitencia, para llegar así a la plena libertad

de los hijos de Dios (Cf. Rom. 8, 21)

10. Con todo, el misterio de la divina piedad resulta para nosotros bastante difícil de

comprender cuando, permitiéndolo Dios, algunas veces ocurren casos de

peculiares asechanzas o posesiones de parte del demonio sobre algún miembro

del pueblo de Dios, iluminado por Cristo y llamado a caminar como hijo de la

luz hacia la vida eterna. Aun cuando el diablo no pueda traspasar los límites

puestos por Dios, es entonces que se manifiesta claramente el misterio de la

iniquidad que obra en el mundo (Cf. 2 Tes. 2, 7; Ef. 6, 12). Esta forma de

potestad del diablo sobre el hombre difiere de aquella otra que llamamos pecado

y que deriva del pecado original.

Sucediendo estas cosas, la Iglesia implora a

Cristo, Señor y Salvador, y confiando en su virtud, otorga muchas ayudas al fiel

atormentado o poseído para que sea liberado de estos males.

11. Entre estas ayudas, hay una de carácter más solemne, el exorcismo mayor,

que es una celebración litúrgica. El exorcismo, que "procura expulsar los demonios o

librar del influjo demoníaco y constante con la autoridad espiritual que Cristo

confió a su Iglesia"es una petición del género de los sacramentales, por lo

tanto, es un signo sagrado con el cual "los efectos, especialmente espirituales, se

significan y se obtienen por la impetración de la Iglesia".

12. En los exorcismos mayores, la Iglesia unida al Espíritu Santo, suplica para que

Él mismo ayude nuestra debilidad (Cf. Rom. 8, 26) a fin de rechazar a los

demonios para que no dañen a los fieles. Confiada en aquél soplo divino con el

cual el Hijo de Dios donó el Espíritu Santo después de su resurrección, la Iglesia

obra en los exorcismos no en nombre propio sino únicamente en el nombre de

Dios o de Cristo el Señor a quien deben obedecer todas las cosas, incluidos el

diablo y los demonios.

III

EL MINISTRO Y LAS CONDICIONES PARA EFECTUAR EL EXORCISMO

MAYOR

13. El ministerio de exorcizar a los poseídos se concede por especial y expresa

licencia del Ordinario, que regularmente será el mismo obispo diocesano.

Dicha licencia debe concederse únicamente a un sacerdote dotado de piedad,

ciencia, prudencia e integridad de vida.

Además debe estar preparado específicamente para este oficio. Se exhorta al sacerdote, a quien se le

encomiende el oficio de exorcista de manera estable o por un caso aislado,

ejercitar esta delicada y caritativa tarea con humildad y confianza, bajo la

dirección del obispo diocesano. En este Ritual cuando se indica "exorcista",

siempre debe entenderse como el "sacerdote exorcista" que aquí se ha

mencionado.

14. El exorcista, en caso de alguna, así llamada, intervención diabólica, debe

observar la máxima circunspección y prudencia, imprescindible en estos casos.

En primer lugar no debe creer fácilmente que alguien que padece alguna

enfermedad, especialmente psicológica, esté poseído por el demonio.

Del mismo modo, no debe creer que hay posesión por la sola afirmación de alguien

que expresa estar especialmente tentado, desolado o atormentado por el diablo,

pues la persona podría estar engañada por la propia imaginación. Por el

contrario, es necesario advertir también, para no equivocarse, que el diablo usa

artes y fraudes para engañar al hombre, para persuadir al endemoniado que no es

necesario someterse a exorcismo alguno, que su padecimiento es natural y debe

someterse simplemente a la ciencia médica. Por lo tanto, siempre debe indagarse

y quien es tenido como endemoniado debe ser especialmente tenido en cuenta

para verificar si está realmente atormentado por el diablo.

15. También deben distinguirse los ataques diabólicos de los casos de credulidad

mediante la cual algunos fieles juzgan que son objeto de maleficios, de mala

suerte o maldiciones, ya sea ocasionados por otras personas contra ellos mismos

o bien allegados contra sus bienes. En estos casos, no debe acudirse de modo

alguno al exorcismo, si bien no debe negarse la ayuda espiritual necesaria, sobre

todo con oraciones aptas, de tal manera que encuentren la paz de Dios. Tampoco

ha de rehusarse la ayuda espiritual a los creyentes que quieren guardar fidelidad

al Señor Jesús y al Evangelio y en quienes el Maligno sin entrar (cf. 1 Jn. 5, 18)

tienta fuertemente. En estos casos, pueden ser empleadas las preces y las

súplicas adecuadas por un presbítero que no es exorcista e incluso por un

diácono.

16. El exorcista, por lo tanto, debe proceder a celebrar el exorcismo sólo cuando

tenga seguridad de la verdadera posesión demoníacay, si fuera posible, con el

consentimiento del mismo sujeto. Según una probada praxis se juzgan como

signos de la posesión demoníaca hablar con muchas palabras en una lengua

desconocida o entender al que la habla, movilizar cosas distantes u ocultas,

manifestar fuerzas por encima de la naturaleza de la edad o condición del sujeto

poseso. Estos signos pueden ser un indicio pero podrían no ser atribuidos

necesariamente a la posesión diabólica en cuyo caso debe prestarse atención a

otros posibles signos de índole espiritual o moral que pudieren manifestar, de

algún modo, la intervención diabólica, como por ejemplo la aversión vehemente

a Dios, al Santísimo Nombre de Jesús, a la Bienaventurada Virgen María y a los

santos, a la Iglesia, a la Palabra de Dios, a los objetos sagrados, a los ritos,

especialmente sacramentales y a las imágenes sagradas. Conviene, finalmente,

examinar la relación que existe de todos los signos indicados con la fe y la vida

espiritual teniendo en cuenta que el Maligno es enemigo de Dios y de todo

aquello que los fieles tienen para experimentar la acción salvífica de Dios en

ellos.

17. Corresponde al exorcista juzgar con respecto a la necesidad de apelar al rito del

exorcismo, después de realizar una diligente investigación, guardando siempre el

secreto de confesión, y consultados, en cuanto sea posible, los expertos de vida

espiritual; también, si fuere necesario podrá consultar a expertos en la ciencia

médica y psiquiátrica que tengan sentido de las cosas espirituales.

18. En los casos que afecten a personas no católicas y en todo lo que parezca más

difícil de discernir, llévese el asunto al obispo diocesano, quien por razones

prudenciales podrá reclamar el parecer de algunos expertos antes de tomar la

decisión acerca del exorcismo.

19. El exorcismo se realiza de tal manera que manifieste la fe de la Iglesia y que por

nadie pueda ser considerado como una acción mágica o supersticiosa. Debe

cuidarse que el rito no se convierta en un espectáculo para los presentes. De

ningún modo se dé espacio a los medios de comunicación social mientras se

realiza el exorcismo; tampoco corresponde divulgar la noticia del exorcismo

antes o después de realizado, pues debe guardarse la debida discreción.

IV

EL RITO QUE DEBE EMPLEARSE

20. En el rito que se propone, fuera de las fórmulas mismas del exorcismo, préstese

una atención especial a aquellos gestos y aspectos rituales que tienen el primer

lugar y sentido, por ejemplo aquellos que forman parte de la purificación en el

21. El rito comienza con la aspersión del agua bendita, con la cual se recuerda la

purificación bautismal y el atormentado se defiende de las insidias del enemigo.

El agua puede bendecidse fuera del rito o dentro del rito antes de la aspersión y,

si es oportuno, junto con una mezcla de sal.

22. Sigue la oración letánica con la cual se implora la intercesión de todos los santos

sobre el atormentado.

23. Después de las preces letánicas el exorcista puede recitar uno o varios salmos

que imploran la protección del Altísimo y proclaman la victoria de Cristo sobre

el Maligno. Los salmos pueden decirse de modo corrido o responsorial.

Terminado cada salmo, el exorcista puede añadir una oración sálmica.

24. Luego se proclama el Evangelio, como signo de la presencia de Cristo quien, por

su propia Palabra en la proclamación de la Iglesia cura las enfermedades de los

hombres.

25. A continuación el exorcista impone las manos sobre el atormentado, con lo cual

se invoca el poder del Espíritu Santo, para que el diablo salga de aquel que por

el bautismo fue hecho templo de Dios. Al mismo tiempo puede soplar sobre el

rostro del atormentado.

26. Se recita, entonces, el símbolo de la fe, o bien, se renueva la promesa de fe

bautismal con la abjuración previa a Satanás. Sigue la oración dominical, con la

cual se implora al Dios y Padre nuestro que nos libre de todo mal.

27. Terminados los ritos precedentes, el exorcista muestra al atormentado el

crucifijo que es fuente de toda bendición y gracia, y se hace la señal de la cruz

sobre él señalando así la potestad de Cristo sobre el diablo.

28. Finalmente dice la fórmula deprecativa, con la cual se ruega a Dios, así como la

fórmula imperativa, con la que el diablo, en nombre de Cristo, es conjurado

directamente para que salga del atormentado. No debe utilizarse la fórmula

imperativa si no precedió la fórmula deprecativa, en cambio ésta puede

emplearse sin aquélla.

29. Todos los pasos del rito indicados pueden repetirse cuantas veces sean

necesarias tanto en la misma celebración (atendiendo a lo que se indica en el

n.34) como en otro momento, hasta que el atormentado sea liberado totalmente.

30. El rito concluye con el canto de acción de gracias, con la oración y la bendición.

V

OBSERVACIONES Y ADAPTACIONES

31. Conviene recordar que la raza de los demonios no puede ser expulsada sin ayuno

y oración, por lo cual se recomienda, siguiendo el ejemplo de los Santos Padres,

emplear estos dos remedios para pedir la ayuda divina, tanto por el mismo

exorcista como por otros en cuanto sea posible.

32. Si fuera posible, el fiel atormentado debe rogar a Dios, ejercitar la mortificación,

renovar frecuentemente la fe recibida en el bautismo, acudir al sacramento de la

Reconciliación frecuentemente y fortalecerse con la sagrada Eucaristía, todo esto

sobre todo, antes del exorcismo. Del mismo modo pueden ayudar con la oración,

los familiares, amigos, el confesor o director espiritual, sobre todo si al sujeto le

facilita rezar con la ayuda y la presencia de otros fieles.

33. Si es posible, realícese el exorcismo en un oratorio o en otro lugar oportuno,

apartado de la multitud, en donde esté destacada la imagen del crucifijo.

También debe tenerse en el lugar una imagen de la Bienaventurada Virgen

María.

34. Teniendo en cuenta las características del atormentado, el exorcista puede usar

de las varias opciones que le ofrece el rito, siempre siguiendo la estructura

básica y optando por las fórmulas y oraciones que mejor se acomoden a las

condiciones de la persona.

a. En primer lugar debe tenerse en cuenta el estado físico y psicofísico de la

persona como también atender las variaciones posibles dentro del día y

aun dentro de una misma hora.

b. Cuando no hay presencia ni siquiera de unos pocos fieles -que por

prudencia y sabiduría podrían requerirse-, el exorcista debe recordar que

la Iglesia está presente en él mismo y en el fiel atormentado y esto

recuérdeselo a éste.

c. Procúrese siempre que el fiel atormentado, mientras es exorcizado, se

concentre lo mejor posible y se convierta a Dios, reclamándole con

profunda humildad y con fe firme la liberación. Exhórteselo a tolerar con

paciencia su situación sin desconfiar en el auxilio de Dios y en el

ministerio de la Iglesia.

35. Si para la celebración del exorcismo parece oportuno que deba admitirse un

grupo elegido de personas, debe indicarse a éstas que rueguen con empeño por el

hermano atormentado ya sea de manera privada ya uniéndose en el rito, pero

absteniéndose siempre de emitir cualquier fórmula de exorcismo tanto

deprecativas como imperativas dado que éstas quedan reservadas al exorcista y

solamente él puede pronunciarlas.

36. Es muy conveniente que el fiel librado del tormento exprese su acción de gracias

a Dios por la paz recibida, haciéndolo solo o unido a sus familiares. Además

debe inducirse al fiel recuperado para que persevere en la oración, con ayuda de

la Sagrada Escritura y que frecuente la celebración de la Reconciliación y la

Eucaristía; invíteselo también a llevar una vida cristiana caracterizada por las

obras de caridad y de amor fraterno hacia todos.

VI

ADAPTACIONES QUE COMPETEN A LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES

37. Pertenece a las Conferencias Episcopales:

a. Preparar las versiones de los textos, observando su integridad y cuidando

su fidelidad.

b. Si se juzga oportuno, adaptar signos y gestos del mismo rito atendiendo a

la cultura y al genio del pueblo, sometiendo las variaciones al

consentimiento de la Santa Sede.

38. Además de la versión propia de los Prenotandos, que debe ser íntegra, si parece

oportuno, las Conferencias Episcopales pueden añadir un "Directorio pastoral

para el uso del exorcismo mayor", con el cual los exorcistas puedan entender

más profundamente la doctrina de los prenotandos, comprendan más plenamente

la significación de los ritos y, con indicaciones de autores probados, conozcan el

mejor modo de obrar, de hablar, de interrogar y de juzgar. Estos directorios, que

pueden componerse con la colaboración de sacerdotes versados en ciencia y

madura experiencia por un largo ejercicio del ministerio del exorcismo, deben

ser reconocidos por la Sede Apostólica, según la norma del derecho.

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